jueves, 26 de junio de 2008

Griselda

Voy a relatar la historia de Griselda, o como la llamaban en el barrio de Boedo, “La vieja loca”. (Agrego que no estoy de acuerdo con este apodo tan injusto y puesto al azar). La razón por la que escribo su historia, aparte de la inspiración que me crea esta peculiar señora, es para que todos en Boedo puedan entender la verdad sobre ella, sus zapatos y sus locas manías de leer los diarios ajenos. Griselda no nación en Boedo, como se puede creer, nació en Balvanera, en un geriátrico donde vivía su abuela, y el día que su madre fue a visitarla, fue el día en que le tocó a Griselda dar con el mundo exterior.
Supongamos que hubiese nacido en un hospital, cuando su madre decidía abandonarla por lo menos se hubiese quedado en un lugar más ameno y donde alguien podría haberla querido para adopción.
Pero en un geriátrico no, allí toda la gente es mayor y no quiere tener más hijos, la mayoría ya los tuvo en su juventud y pasar por eso de los pañales otra vez no era una experiencia tan grata.
Es así como Griselda se crió con las enfermeras de turno, sin una en especial, se complementaban para alimentarla, bañarla y cuidarla, pero nunca nadie paso más de 5 horas (eso duraban los turnos) con ella. Mientras crecía, ya pasaba desapercibida en el geriátrico, las jóvenes enfermeras ya no la encontraban tierna y se limitaban a saludarla en los pasillos. Griselda se pasaba el día hablando con las viejecitas seniles, que le contaban historias de la guerra, de la dictadura y cosas igual o más crueles.
Pero claro que no podía vivir toda su vida allí, por eso cuando cumplió 15 años se fue del geriátrico a buscar otro lugar donde vivir. Para esa altura su abuela ya había muerto y jamás se había enterado que Griselda era su nieta.
Ella emprendió su partida y se instaló en una pensión en la avenida La Plata, allí trabajaba de día para pagar su comida y estadía. Como no se había criado en un hogar convencional, no sabía del todo cómo tratar a la gente y muchas veces lo hacía de mala manera, o contestando maleducadamente: Maleducadamente no es término que corresponde, porque después de todo ella no tuvo educación, más bien la manera adecuada de llamarla sería sineducadamente.
De muchas pensiones la echaron hasta que terminó viviendo en una casa abandonada cerca de la Autopista 25 de Mayo. Como nadie le daba trabajo, robaba semillas, las plantaba en su precario jardín y comía el resultado. La ropa que llevaba era toda la que le había regalado las abuelas cuando partían, por esta razón era anticuada y por lo general negra. Con el jabón que también robaba, lavaba la ropa pero sólo una vez por mes, y si no había jabón ni siquiera se dignaba a enjuagarla. Tenía toallas viejas que usaba para bañarse ella misma, pero repito, si no había jabón, no había baño de ningún tipo. En su tiempo libre, es decir, la mayoría de su tiempo, se conformaba con peinar a los gatos que se metían en su casa por la puerta delantera, o por el techo de la casa de al lado.
Es fácil imaginarse los olores que transmitía esa casa, así también como es fácil imaginar la suciedad o el aspecto de alguien que no se baña, que no se lava los dientes ni el pelo, que come solamente verduras crudas y que vive en la misma miseria.
Entonces, es fácil también, entender porqué los vecinos no tienen cariño hacía Griselda. Sin trabajo y sin nada que hacer, Griselda se dedicaba a probarse zapatos en las zapaterías de la zona, todos los talles, colores y modelos, jamás compraba alguno, y esto siempre terminaba por molestar a las vendedoras que trataban de no taparse la nariz cuando Griselda entraba al local.
Vestida de negro, con pelo ondulado (no tenía rulos pero tampoco era el pelo lacio que se acostumbraba en Boedo), sus dientes sucios y su voz ronca, Griselda se ganó el odio de todo el barrio. Cuando salía a pasear, se murmuraba a su alrededor, la gente se apartaba, le gritaban y hasta una vez un chico le tiró desde una terraza un balde de agua fría para comprobar si era o no una bruja, en el caso de serlo, se derretiría: pero todo concluyó con una sonrisa de parte de Griselda quien hubiese agradecido el agua fresca si no fuera por el simple hecho de que jamás nadie le enseñó a decir gracias.
Cuando los quiosqueros se sentaban a leer el diario en la puerta del quiosco, esos días de verano donde nadie compra nada a la hora de la siesta, ella se paraba a un costadito e intentaba aprender alguna palabra de los encabezados que oscilaban entre mentiras políticas y asuntos policiales. Debo admitir que este método, aunque no gustaba mucho a los quiosqueros, le funcionaba muy bien a ella, porque así aprendió a escribir palabras como: Gobierno, Robo, Banco, Asesinato, Democracia y Corrupción. Griselda jamás había dicho te amo, jamás se había sentado en una mesa a comer educadamente con la familia y jamás había tratado el incansable tema del clima en una conversación.
Así que murió sola, murió de vieja, en su casa, acostada junto a su gatito favorito, Germén, a quien había nombrado tras una vez leer en el diario las condiciones de los hospitales públicos.

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