viernes, 12 de septiembre de 2008


















Caminando la ciudad de Buenos Aires, con sus infinitas calles, verdes bulevares y esas cuadras eternas, llegué a la conclusión de que no hay dos lugares en la ciudad que no estén conectados por algún medio de trasponte público, ya sea el tren, el subte o el colectivo. Por supuesto que este último es quien cubre la mayor parte de la ciudad porque, seamos honestos, ningún subte se atreve a entrar en los pasajes de San Telmo. Ni hablar de la inversión económica que significaría construir un subte, digamos, en medio de Villa Pueyrredón, donde las casas son chiquitas y las calles son sólo para andarlas caminando, en bicicleta o, en casos de extremo apuro, con el automóvil.Volviendo a lo relevante la historia, los colectivos conectan cada zona de la ciudad, con una tarifa mínima de 0.90 centavitos. Te llevan desde Belgrano hasta La Boca, como el amado 152 que siempre llega rápido y como regalo te permite sentarte, o el 133 que su paseo lo hace empezando en Plaza Constitución, pasa por Flores y termina en Puente Saavedra (convengamos que no se atreve a cruzar a la provincia). También hay otros como el 60 que viene desde plaza Congreso y que sigue de largo hasta Zarate. No hay dos lugares que no se conecten con la gran red de colectivos porteños. Y cuando uno cree tan firmemente en esto, le sorprende que tenga que tomar más de un transporte para llegar a otro punto de la capital.Por esto mismo, cuando me enteré que de mi casa hasta la casa de mi pareja no había un único colectivo que me lleve, entré en un dilema muy importante. Si debía llegar rápido a su casa (o viceversa), tenía que esperar el colectivo, viajar por las calles que hoy en día son una suerte de caos (salvo los fines de semana, pero, vamos, ¿quién tiene urgencias un fin de semana?) y una vez que me bajase del colectivo, tenía que esperar el tren, que no es tan simple, por que la maldición dice que si llegás a la estación y se acaba de ir uno estás condenado a una espera de media hora, o cuarenta y cinco minutos en el peor de los casos. (Ese lapso de quince minutos depende meramente del karma personal y ya no es cuestión de la secretaría de transporte).Resolví este dilema terminando con mi novio: le dije, no es tu culpa, no lo era de verdad, pero la cuestión es muy compleja como para dejarla ser. Me trató de loca, de desquiciada, que cómo medía mi amor hacía él basándome en un simple problema de transporte. Pocos días después me di cuenta que hice muy bien en terminar esa relación, evidentemente estábamos en páginas diferentes, yo media minuciosamente mis formas de transporte y él me creía loca por eso. ¿Cómo dos personas tan diferentes se iban a mantener unidas? ¿Era lógico seguir en una relación tan inconvenientemente dispuesta en el marco de una ciudad que consta con colectivos para todos lados?Por suerte conocí a Fred, que vive en Corrientes al 2000. Y todos los colectivos que pasan por casa, pasan por su casa también.

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